Casos de Estudio 006:

Kamikazes

Kamikaze: introducción

"El valor de la vida frente al cumplimiento del deber tiene el peso de una pluma"
(proverbio japonés)

Durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial hubo muchas ocasiones en las que los soldados, marinos y pilotos japoneses llevaron a cabo ataques desesperados contra unidades enemigas con escasos resultados en la mayoría de los mismos. Fue a partir de la aproximación al área metropolitana por parte de los americanos, cuando la desesperada situación condujo a los japoneses a plantearse estos ataques de una manera continuada.

La palabra kamikaze significa en japonés viento divino. En la mística sugerida por los simbolismos del sintoismo, el piloto que estrellándose con su avión cargado de explosivos se ganaba un lugar en el paraíso de los héroes y una veneración por la posteridad, solo quería ser un instrumento terrible en manos de la divinidad actuando como su rayo destructor.

Esta manera de actuar resulta difícil de comprender para la mentalidad occidental que no entendía una filosofía que inducía a jóvenes a la muerte voluntaria.

No todos los japoneses tenían creencias espirituales, tampoco practicaban asiduamente la religión, pero se adaptaban muy bien al culto sintoísta impuesto como religión de estado por un antepasado del emperador. Entre los dogmas del sintoismo destacan el desprecio a la muerte, sobre todo a la muerte sin honor, la veneración de las más nobles virtudes guerreras, la glorificación de los héroes muertos por la patria, que además se confundían con los dioses; todo ello unido a unos principios y unas formas de devoción abnegadas.

En el plano militar hacia siglos que estos principios eran inculcados por el Bushido -código de honor militar japonés- por el que todos los combatientes, especialmente los oficiales y jefes superiores, fueron educados desde tiempo inmemorial en la mística que hacía de la propia muerte cuestión de honor. Esta no era más que un término glorioso o la consagración ideal de toda su carrera siendo esta una entrega al emperador, que era la imagen divina en la tierra, la representación más noble y bella deseada por todo soldado japonés.

Monumento en Tokio que ensalzaba a tres soldados japoneses, que transportando un "torpedo bangalore" se habían arrojado contra las alambradas en la ciudad China de Ciapei en 1932, y a cambio de sus vidas abrieron camino a sus camaradas en la toma de la ciudad. (Ver artículo Kamikaze: La esperanza fútil)

El único principio que animaba al soldado japonés era vencer o morir y consideraban la derrota o su captura por el enemigo algo deshonroso, de ahí que muchos optaran por volar por los aires con algunos enemigos cuando eran capturados, o los pilotos se estrellaban contra objetivos enemigos cuando sufrían impactos que hicieran del avión algo ingobernable.

Al principio esta situación de ataques individuales era conocida por algunos miembros de la unidad de los protagonistas de las inmolaciones, pero el progresivo aumento de estas hizo que el número de admiradores de estos actos aumentara, aumentando a su vez el número de soldados dispuestos a dar su vida en acciones similares.

Ya cuando los mandos japoneses vieron que este tipo de acciones eran demasiado frecuentes, sobre todo a partir de la segunda mitad de 1944, comenzaron a ser objeto de comunicados especiales que glorificaban a éstos héroes.

El tema de los ataques suicidas empezó a ser frecuente entre todos los pilotos incluso en aquellas unidades en las que no se había asistido a hechos semejantes. A partir de allí fueron numerosos los voluntarios que se presentaron para participar en estas misiones. Ante tal aluvión de voluntarios los jefes comenzaron a estudiar el crear un cuerpo de ataques especiales cuyo defensor más decidido fue el almirante Takiyiro Onishi, jefe de la Primera Flota Aérea, quien tuvo el dudoso honor de estudiar, planificar y organizar el delicado problema del reclutamiento de voluntarios y de las futuras unidades.

Antes de la organización oficial del cuerpo tuvo lugar un episodio con origen en la base naval de Iwo Jima. El comandante de dicha base se vio obligado a hacer una operación de tipo especial ya que las continuas incursiones de los aviones americanos a la isla estaban dejando a su unidad sin aviones y pilotos. Todas las incursiones de contraataque de la aviación japonesa no estaban dando ningún resultado con la consiguiente pérdida de aviones y pilotos. Por ello se decidió a hablar con sus hombres sobre la posibilidad y conveniencia de efectuar un ataque especial. Hubo alguna reticencia al principio pero al final decidieron partir todos. El 5 de julio de 1944 despegaron 17 aviones pero antes de llegar al objetivo fueron atacados y dispersados por Hellcats, siendo derribados más de la mitad. Los supervivientes volvieron a la base abatidos ya que después de todo habían partido para un viaje sin retorno.

La perspectiva de volver estaba perfectamente justificada ante la posibilidad de precipitarse de forma infructuosa sobre el océano. Esta misión fue ignorada durante años tanto por americanos como por japoneses a causa de su fracaso.

No obstante, la situación de ataques especiales continuó dándose por iniciativa personal de muchos pilotos hasta el comienzo de la entrada en acción de las unidades encargadas de efectuar dichos ataques.

Foto tomada luego de la rendición japonesa que muestra todo tipo de aviones dispuestos para su utilización por los Kamikazes ante la posibilidad de un desembarco en suelo metropolitano japonés


Mediavilla
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